Carrasco atrajo desde su inicio a los visitantes más impensados
en tiempos en los que la globalización era algo de ciencia ficción: un piloto
alemán del escuadrón del Barón Rojo, en la primera guerra mundial, que daba
clases de natación frente al Hotel Carrasco. Conocía pocas palabras del español
por lo que las entreveraba con el italiano. Arocena recordó que les gritaba en
esa mezcla a sus alumnos algo que podía ser traducido como “naden como ranas,
no como vacas furiosas”.
El primer recuerdo de Pelayo Arocena es un paseo en petiso entre
las dunas de la playa Carrasco. El hotel ya se destacaba en un paisaje todavía
dominado por los arenales. A comienzos del siglo XX era una pradera a orillas
del mar con un único árbol, el Ombú del Manso (a la altura de la actual calle
Guarambaré). Arocena ha vivido 83 años de los 100 que cumplió el barrio y tiene
memoria hasta de los años que le faltan, transmitida por el hombre que tuvo el
sueño de fundar un balneario, su abuelo, Alfredo Arocena.
Este Arocena sacó la idea en un viaje a la ciudad belga de
Ostende. Allí la gente iba a veranear a pesar del agua fría y del canto rodado
en la playa. ¿Cómo no iba a querer hacerlo en un paisaje agreste de arenas
blancas? Junto a Esteban Elena y José Ordeig concretó ese sueño que se
convirtió en el símbolo de la opulencia rioplatense.
Otro protagonista de la historia que se enamoró del barrio fue
el inglés Eugen Millington-Drake, embajador en Montevideo durante la segunda
guerra mundial. En agradecimiento a la ciudad, regaló terrenos aledaños al
actual Carrasco Lawn Tennis. Y otro inglés, del que Arocena no recordó su
nombre, que se hospedaba siempre seis meses en el hotel y pasaba solo tres
meses en su tierra natal. Una vez le hizo la pregunta que siempre se le hace al
carrasquense adoptivo: ¿por qué Carrasco? Arocena cuenta que no le dijo nada.
Volteó su rostro hacia el ventanal del comedor y extendió los brazos hacia
el mar.
“El Hotel Casino Carrasco fue el corazón y los pulmones de
Carrasco. Fue lo que trajo turistas”, relató Arocena. La Sociedad Balneario de
Carrasco SA, conformada por su abuelo y sus socios, vendió la construcción
hecha hasta el tercer piso −además de otros terrenos− a la Intendencia
Municipal de Montevideo (IMM) en 1915, cuando las ventas de los predios
registraron una disminución por la inseguridad que daba la primera guerra
mundial. “Se vendió por el 10% de su valor”, apuntó. El viejo Arocena vivía en
un chalé con enredadera enfrente, hoy propiedad de otra familia.
En su época de apogeo fue uno de los mejores hoteles que hubo en
Sudamérica. Tanto que su diseño fue replicado en Toronto. Y eso que en los
planos originales se olvidaron de ubicar la cocina y por eso se puso debajo de
la terraza, donde se hacían los tés danzantes. “El olor a sopa se mezclaba con
el del perfume de las mujeres”, ilustró. El hotel tenía lo mejor de lo
mejor e iba la crème de la crème.
Allí, Arocena bailó con su primera novia y, de vez en cuando, se
colaba a fiestas privadas a las que asistían “señoras de largo, llenas de
joyas, y hombres que vestían frac”. Allí se dejaban fortunas enteras en las
mesas de ruleta y punto banca. Un jugador empedernido era el tanguero Juan
D’Arienzo. Arocena se cansó de bailar en sus espectáculos.
Al bajarse el telón, D’Arienzo iba a una ruleta, previamente
seleccionada, y jugaba hasta tener que rascarse los bolsillos por una moneda a
los números que no habían sido registrados durante la tarde. “El casino dejaba mucha
plata en aquel entonces, hoy las cosas son distintas”, bromeó el nieto del
fundador.Arocena vivió tres años en el hotel, lamentablemente en los años de
decadencia. “Fui de los últimos en salir cuando lo cerró (Mariano) Arana”,
contó. Y aunque hoy no tiene más relación que sus
recuerdos, lo considera un bien de familia. “Me siento parte”, suspiró.
Otro baile al que asistía la muchachada de Carrasco, “la de allá y la de acá” de la avenida Arocena (en ese entonces Juan Ferreira), una frontera virtual, era la whiskería El Carillón, en el altillo donde hoy está la heladería Las Delicias, en Arocena y Schroeder. “¡Tocaban Panchito Nolé y su padre!”, exclamó.
La calle Ferreira era una especie de frontera, aunque en ese
entonces se cruzaba al otro lado “sin pasaporte y sin permiso”. Si bien
Carrasco fue pensado y diseñado para familias ricas de Montevideo, Arocena
contó que “lo lindo” era que “todos eran amigos”. El nieto del fundador del
balneario jugaba al fútbol con el hijo del dueño de la bicicletería, y con
tantos otros que no habían nacido en el seno de una familia privilegiada.
“Hoy en día se ha instalado la mala costumbre de pensar que si
alguien es rico es porque lo robó, o porque estafó, o porque se acomodó. Y no
era así. Si alguien era rico era porque se rompió los fundillos del pantalón
trabajando al igual que su padre y su abuelo. Era gente honesta y trabajadora”,
manifestó. Ese espíritu de superación, a su juicio, fue el que moldeó “el
carácter” del barrio.
El recorrido que realizó hizo más que transportarlo a los
momentos más añorados. Como las cabalgatas por los médanos, o como cuando
aprendió a bailar mambo con Alicia Alonso, figura del American Ballet Theater,
en otra boite. “Cada vez hay menos gente que me lo cree”, se rió.
Ahora vive en Pocitos porque un bastón y un accidente
cerebrovascular lo obligaron a mudarse con una hermana y a abandonar las
cofradías diarias en en el viejo bar nombrado en honor a su abuelo.
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