Los almuerzos transcurrían en silencio en muchos hogares de la campaña oriental en las décadas de 1960 y 1970. No se podía hablar porque el que hablaba era el doctor Eduardo J. Corso. A través de la radio desgranaba lento su "Diario del campo".
En la audición mezclaba comentarios de toda índole, inclusive políticos, con información sobre mercados: cuánto valía la carne en los frigoríficos, cuánto pagaban por la lana las barracas, cuánto las hortalizas, qué valían los insumos agropecuarios, desde un litro de combustible a un poste para alambrados. Y cada día cerraba su charla con un rotundo: "Hasta mañana, si Dios quiere".
Entonces no había electricidad en la mayor parte de las áreas rurales, ni teléfonos ni televisión. Los caminos eran horribles y los diarios llegaban amontonados con una o dos semanas de atraso. La radio era el hilo mágico que unía a las personas desperdigadas de la campaña con Montevideo, la todopoderosa capital, y con el mundo.
RAZÓN DE VIVIR. Eduardo J. Corso murió en la madrugada de ayer, miércoles 5 de diciembre. Cargaba sobre sus hombros 92 años de edad y 70 de periodismo, al que un día definió como "la razón de mi vida".
Estudió en el Colegio Pío y en 1942 fundó en su pueblo natal, San Ramón, departamento de Canelones, el periódico gratuito La Lucha. Muchos años después también practicaría el periodismo escrito en medios como el semanario Marcha y los diarios El País, La Mañana y Últimas Noticias. Escribió varios libros, como Entre la espada y la nada, una recopilación de artículos periodísticos.
Se recibió de abogado, se especializó en Derecho Tributario y contribuyó a organizar los Sindicatos Cristianos Agrícolas, fundados por el sacerdote salesiano Horacio Meriggi. Fue docente de idioma español e historia en los colegios Juan XIII y Maturana.
Inició su "Diario del campo" en 1949, por recomendación del médico y político católico Salvador García Pintos, y lo mantuvo hasta pocos años antes de su fallecimiento. "Diario del campo", paradigma en su tiempo de difusión de temas rurales, se transmitió por diversas emisoras radiales, entre ellas Sarandí, Oriental, Continente y Rural. Corso sabía de lo que hablaba: él mismo fue productor rural, primero con tambo y luego ganadero.
PARAÍSO E INFIERNO. Católico conservador, anticomunista, practicó el periodismo de opinión con un lenguaje frontal que le significó grandes adhesiones y muchos enemigos. Creó opinión sobre todo en la campaña, que hace medio siglo estaba más poblada que hoy. Si se escuchaba a Corso y se lo adoptaba sin reservas, entonces Nueva Zelanda era el Paraíso Terrenal y la Unión Soviética -y el Estado uruguayo- el Infierno.
Fue sincero hasta la brutalidad. Se rehusó a caer en la demagogia, esa que muchas veces empleó otro fenómeno gestado en la radio a partir de 1945: Benito Nardone, "Chicotazo", quien impostaba la forma de hablar de las personas sencillas de la campaña. Corso, desde radio Sarandí, competía con Nardone, en Rural. Corso contaba que al principio la competencia fue tan agresiva que incluso concurrió armado a la radio.
Militó en la Unión Cívica, partido político fundado en 1911 para canalizar las opiniones políticas de la comunidad católica, en un momento en que el batllismo desarrollaba sus reformas anticlericales. Los cívicos siempre tuvieron pocos votos pero cierta influencia gracias a sus líderes, desde Juan Zorrilla de San Martín, en los inicios, hasta Juan Vicente Chiarino, en tiempos de apertura democrática. Su hermano, Antonio J. Corso, quien falleció en 1985, fue doctor en derecho canónico, obispo auxiliar de Montevideo y primer obispo de la Diócesis de Maldonado.
En la década de 1960, mientras Uruguay se sumía en el descalabro económico y el radicalismo político, Corso se tornó un crítico furibundo de la izquierda, en particular de la guerrilla y de la acción política y sindical del Partido Comunista. Fue uno de los impulsores y propagandistas de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), movimiento ultranacionalista creado a fines de 1970 cuyos miembros desfilaban uniformados y amenazantes contra la izquierda revolucionaria.
TIEMPOS IDOS. Fue consecuente en su actitud principista: se manifestó de inmediato contra la dictadura formalizada el 27 de junio de 1973. El 9 de agosto de ese año firmó junto a destacados políticos de los partidos fundacionales, empresarios y juristas un documento público que exigía la restauración del Estado de Derecho. Años más tarde llamó a votar en contra del proyecto de Constitución elaborado por el gobierno autoritario, que fue rechazado por la ciudadanía en el plebiscito del 30 de noviembre de 1980. Quince días después cerró por un tiempo su programa "Diario del campo" y explicó a sus seguidores que lo hacía para no aceptar la censura.
En los tiempos que corren, donde la información de tan abundante abruma, el fenómeno Corso es incomprensible -e irrepetible-. En cualquier rincón de la campaña, donde el Diablo perdió el poncho, es posible enterarse de inmediato del cierre de la cotización de la soja en la bolsa de Chicago o del kilo de novillo en pie.
Con Eduardo J. Corso, un canario arisco, agudo y principista, se marchó otro prototipo del Uruguay que fue, con sus luces y sombras.
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