Pepe Núñez se llamaba Pueblo Charrúa
Alentadas por la presencia de bacterias
asociadas al gas butano, las autoridades de ANCAP resolvieron iniciar
perforaciones en la localidad salteña de Pepe Núñez para profundizar en
el conocimiento del suelo. Esto provocó la creciente presencia de
investigadores, científicos, técnicos, fotógrafos y periodistas que no
pasan desapercibidos en un pueblo que se llamó Charrúa y en el que hoy
viven catorce familias.
Interés de ANCAP en pueblo Pepe Núñez
comunidad de charrúas
Previo al inicio de las perforaciones,
anunciadas por ANCAP para el mes de junio, la Secretaría de Comunicación
designó un equipo integrado por fotógrafo, camarógrafo y periodista con
el propósito de conocer, y hacer conocer el sentir de una comunidad
enfrentada a posibles cambios históricos en su hábitat y forma de vida. A
partir de esa expedición, la siguiente crónica presenta algunas
características del pequeño poblado.
El grupo de trabajo debió arribar a la
localidad ubicada a 180 kilómetros de la capital departamental y a 79
kilómetros de la ciudad de Tacuarembó. A la altura del kilómetro 160 de
la Ruta 31, constató lo que cualquier viajero puede percibir antes de
tomar el camino secundario que llega al pueblo: un esplendoroso paisaje
natural, donde las tonalidades verdes se extienden hasta el horizonte y
es posible percibir el sonido del viento que se desvanece entre los
cerros.
En la intersección de caminos y al
interior de un modesto almacén, ubicado a 19 kilómetros del pueblo, la
paz del lugar se evidenciaba en la imagen de un viejo gato amarillo, que
dormía al sol, recostado en un banco de madera. No había tránsito ni
ruidos que perturbaran.
Sobre la pared del comercio, desde la
pequeña pizarra escoltada por los tacos del casín, se advertía a los
parroquianos que no se apoyaran en las bandas para no dañar el paño de
la mesa, uno de los pocos entretenimientos del lugar. Detrás del
mostrador, coronando una precaria estantería, una amplia reproducción,
blanco y negro, del monumento a “Los Últimos Charrúas”, erigido en El
Prado, en Montevideo, sustituía a policromos carteles publicitarios.
La almacenera no superaba los 35 años.
Calentaba agua a razón de diez pesos el termo mientras pesaba galletas
de campaña a unos clientes ocasionales, en una vieja balanza colgante
Berkel. Su cabellera negra, los profundos ojos pardos, nariz aguileña y
tez cobriza despejaban cualquier tipo de dudas sobre la existencia de
indígenas en su árbol genealógico. “Eso me han dicho”, respondió al
instante, al preguntársele si era descendiente de los pueblos
originarios.
Mientras el agua no alcanzaba el punto de
ebullición, hubo tiempo para una nueva interrogante: “¿Sos de este
lugar?”, inquirió el periodista. Al instante señaló, con el índice
extendido, un punto cercano de la Cuchilla de Haedo, y lanzó: “de Corral
de Piedra”, sin afán de ampliar detalles.
El pequeño comercio, estratégicamente
ubicado en un cruce de caminos, próximo al límite entre Salto y
Tacuarembó ha recibido últimamente, con mayor frecuencia, la presencia
de forasteros. Entre los visitantes no hay turistas, sino
investigadores, científicos, técnicos de ANCAP, fotógrafos y
periodistas.
Luego de transitar el zigzagueante camino
de tierra, finalmente se llega al disperso poblado donde el edificio
más característico es la iglesia, que en 2012 cumple 60 años.
Según se percibe en los comentarios de
lugareños, el interés en aquel paraje —recóndito si se percibe con una
perspectiva montevideana— creció conforme a la iniciativa de la empresa
energética nacional en profundizar los estudios sobre el suelo, que
derivarán en la confirmación o no, de la existencia de gas o petróleo.
Con anterioridad, Pepe Núñez se llamaba
“Pueblo Charrúa”, hasta que adoptó el nombre de un antiguo comerciante
de ramos generales del lugar, que mantiene hasta estos días. En el que
fue un asentamiento indígena, en la actualidad viven catorce familias.
Con el paso del tiempo la geografía del área conservó vestigios
materiales y algunos nombres como los de “Cerro Charrúa”, “Paraje
Charrúa” y “Zanja Charrúa”.
Hoy, el espíritu de los nativos no está
presente solo en el cuadro del almacén o en el recuerdo perdurable de
hermosos ambientes naturales. Palpita en la almacenera y perdura en
otros hijos que permanecen en esta histórica y promisoria tierra, acerca
de la que próximamente se entregará más información.
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